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Entre sus ocurrencias López Obrador sea conducido víctima de lo anterior y victimario de lo que acontece a manera que no acepta que el actual régimen sea convertido en el más violento en la historia de México en cifras vigentes reales e imparables.
Por Carlos Díaz Figueroa
No solamente este miércoles nuevamente López Obrador culpa de manera directa a los opositores con la imparable agresión de los ayotzinapos, sino, en todo el sexenio sea ocupado de señalar al pasado, sin lograr “reconstruir” el presente.
Entre sus ocurrencias López Obrador sea conducido víctima de lo anterior y victimario de lo que acontece a manera que no acepta que el actual régimen sea convertido en el más violento en la historia de México en cifras vigentes reales e imparables.
El portazo por Ayotzinapa en unas de las entradas al palacio nacional, el presiente de la República asegura fue un acto y hecho supuestamente orquestado vulgar a su forma de deslinde provocado por los opositores, es decir, por sus adversarios políticos.
6 años sexenal en el que para López Obrador los acontecimientos y sucesos de violencia con sangre en asesinatos en exceso por la falta de admisión en una política de seguridad fallida y que son magníficados para hacer creer que su gobierno se vea afectado.
Manipulando como es forma de su gobieno y de manera personal, el presidente se fuga de la realidad y por la puerta más fácil en seguir culpando directamente a los “neoliberales” como acostumbra denominarlos ante la impotencia de aceptar su derrota política.
“No se dan cuenta que al difundir tanto un hecho de esa naturaleza pues nos ayudan a que la gente que ya tiene mucha conciencia advierta de que en estas acciones hay mano negra, que son actos de provocación”, vaticinó entre la defensa ocurrente.
En este trayecto sexenal, podemos revelar que no hay autoridad moral que combata determinadamente la incertidumbre en la mayoría de las políticas endebles en un plan de gobieno de mentiras y simulaciones al margen y por encima de la ley.
Actos de completa verguenza con el legado de transformación donde no hay control más que el poder absoluto en el orgullo egocéntrico y sobrado de un presidente de México que en estos más de cinco años conmiserandose con el ayer y lacerandose con el presente.
Pareciera que para López Obrador México ha trascendido y superado de forma vital índices de rezagos, quizá, porque no entiende y aceptar que el país está convertido en una nación discapacitada ante la soberbia de un aparato de gobieno vulnerable.
Y claro es lo que carece López Obrador por no estar en el centro del presente, esperando de la continuidad con el mismo discurso lleno de resentimiento con el pasado y dando secuencia con la compra de conciencias en el reparto de dinero con los programas sociales.
Se escucha en las calles, en reuniones de café, oficinas de gobierno entre otros espacios de forma descalificativa que el presidente de la República es un actor de cine, circo y teatro, incluso de verguenza en lo ocurrente, beligerante y desafiante.
Es como los enfermos en adicción que no admite su derrota completa definitiva al igual creyéndose sus propias mentiras y al final en víctima y victimario, en el que no hay más poder humano que el escudo de protección en la investidura de López Obrador.