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En la década de los cuarenta del siglo pasado estudié la primaria en el Colegio Particular -así decían- Morelos, en Chilapa. Para los desfiles nos vestíamos con el uniforme blanco. Llevábamos una “carabina” de madera. Aprendimos a “presentar armas”, “descansar”, “pecho a tierra” y “disparar”. Se hacían simulacros de “guerra”. Los balazos eran cohetes o “palomas”. En los desfiles llevábamos las carabinas al hombro.
En aquel tiempo no había alumbrado eléctrico pero ya había algunos radios de baterías. Las noticias de la guerra mundial nos llegaban a través de los noticieros de Guillermo Vela y de Félix F. Palavacine de la XEW, la única estación que se captaba. Por ellos supimos de las bombas que destruyeron dos ciudades japonesas y la muerte de miles de hombres, mujeres y niños. En Chilapa vivía una familia japonesa –Los Fuse- muy respetada y querida.
Esa guerra provocó formas de ser y de sentir en muchos. Yo sentía pavor por las armas. Hasta por la carabinas de madera. Cuando se cantaba el Himno Nacional apretaba mis labios para que no saliera de ellos ninguna palabra de ese himno de guerra que para muchos era bellísimo. Los clarines y los tambores –La Banda de Guerra- me ponían nervioso. No comprendía por qué querer a México y ser patriota era morir o matar. Desde entonces imaginaba un mundo de respeto y de paz.
Ya pasaron muchos años. Sigo imaginando al mundo empapado de amor. No concibo “un extraño enemigo” concibo “un extraño súper amigo de cualquier nación, de cualquier raza, de cualquier credo”. La diferencia ideológica o de origen no puede ser obstáculo para abrazarnos y convivir.
¿Debemos ser patriotas? Por supuesto. Ser patriota debe constituirse por el conocimiento de México. Conocer para amar. Amar a nuestra patria debe llevarnos al trabajo honesto, al cumplimiento de las leyes, a la convivencia pacífica y armónica, al servicio de nuestros prójimos, al respeto y amor a nuestra familia, a entregar amor y confianza a todos. Hospitalidad y abrazos a los que no son mexicanos.
En esto días se oyeron fuertes y emotivos gritos de “Viva México”. Se habló mucho de patriotismo. Volaron aviones de guerra y, en todas partes, los militares exhibieron sus increíbles armas. Pero ¿Dónde está el “extraño enemigo”? Somos los mexicanos de ahora los que hemos atentado contra México. La corrupción, las mentiras, los homicidios y feminicidios, la desidia personal, la tala inmoderada de bosques, la contaminación y muchos etcéteras.
No hay “extraño enemigo”. Quienes han mancillado “con su planta” el suelo mexicano son los propios mexicanos. Contra todo esto hay armas efectivas que no se quieren usar: La educación, la cultura, la ética, el civismo.
Ahora sueño con entonar pronto, a todo pulmón, portando libros y herramientas de trabajo, un hermoso himno nacional que hable de paz y de amor.