Con amor a mi hijo, Francisco Romo Rodríguez.
Con cariño y respeto a los niños de la calle,
Quienes no conocen el amor de sus padres.
EL VALOR DE LA AMISTAD
Por: Francisco Romo Castro.
Cuando “El Pato” cruzó el portón de la bonita y enorme construcción; sintió un frío estremecimiento que le recorrió la columna vertebral y se le anidó en la misma médula. Sus piernas se negaron a seguir avanzando, mientras que su mente trataba afanosamente de adivinar lo que sería de su vida dentro de aquel lugar.
Un firme estirón a su mano, lo sacó de su profunda cavilación.
…No temas, “Patito” ¡aquí vas a estar muy bien!, nadie te va hacer daño…
Le dijo con dulce voz la encargada de esa casa hogar.
¡Daño! Aquella palabra, no encontró registro en la mente de “El Pato” y no precisamente, porque no lo haya sufrido, era más bien una parte constante de su vida. A sus escasos once años, “El Pato” ya había vivido lo que la mayoría de los seres humanos difícilmente sufren en toda su vida.
No recordaba a su madre, quien falleció cuando él tenía solo ocho meses de existencia. La única persona que supo quién fue su padre, era su mamá y se llevó ese secreto a la tumba.
“El Pato” se crió conjuntamente con seis chiquillos, más o menos de su misma edad en aquella colonia popular, compartiendo con toda clase de gente; borrachos, drogadictos, rateros, prostitutas y unas cuantas personas de bien.
Los siete niños que ahí convivían, no tenían ningún parentesco entre sí. Lo único que los unía era; El infortunio, los malos tratos y las vejaciones diarias, por parte de la “Sociedad”, “SERES ESCUPIDOS POR EL MISMO INFIERNO”, los despreciaban, los humillaban; bastaba el más mínimo error cometido por cualquiera de ellos para agredirlos, según era para orientarlos.
A los seis años, “El Pato” era un experto mil usos, trabajaba en cualquier cosa con tal de ganar dinero y poder comprar algo de comida y mitigar un poco su hambre.
Aprendió; a robar, a pelear, a no dejarse de nadie a LUCHAR CON TODO Y CONTRA TODOS. A los siete años lo detuvo la judicial por el “Robo” de un pantalón del cual nada tenía que ver porque el “Güero” se lo había llevado, sin compasión alguna “Los Guardianes del Orden” le dieron una paliza, como si fuera un adulto. “El Pato” SABOREO EL SABOR DE SU PROPIA SANGRE.
De esta manera, poco a poco se fue acostumbrando a los golpes, a hacerse inmune al dolor. El dolor poco le importaba, este sólo lo acompaño al principio. Después “El Pato” se refugió en su mundo interior, lleno de fantasías en el cual entraba en los momentos más depresivos de su corta existencia.
Su alma, tomaba de la mano a su ser y lo llevaba a pasear lejos, muy lejos de aquella desafortunada envoltura humana. En esos viajes tan vastos y limpios,
Brillantes, sin frío ni calor, ni hambre, sin dolor físico y sobre todo sin esa “FALSA SOCIEDAD”.
Le pedía a Dios que lo cuidara, que lo llevara siempre de su mano. No quería sufrir tanto, “El Pato” miraba un rostro de facciones dulces, ojos que derramaban llanto de infinita tristeza y manos que trataban desesperadamente de agarrarlo sin lograrlo, cayendo en su envoltura nuevamente.
Con el paso del tiempo, “El Pato” fue encontrando la forma de desconectarse casi permanentemente de su cuerpo, manteniéndose en su mundo interior que lo apartaba del dolor y de cualquier humillación, aunque escuchaba y veía lo que sucedía a su alrededor, no se molestaba en hablar, pues no le interesaba nada que fuera de este mundo que tan mal lo trataba.
Le decían “Ese Pato es un vago”, su nombre de pila sí un día lo tuvo nunca lo supo.
Cierto día, un grupo de la judicial lo balaceó sin ninguna consideración. Cuando “El Pato” abrió los ojos, se deslumbró por la blancura de aquel lugar y por las manos que lo acariciaban.
Escuchó una voz que le hablaba con mucha dulzura; luego vio unos ojos que lo miraban como lo hacía su madre en sus fantasías.
…¿Estás bien? ¿Te duele algo?… le preguntó aquella dulce voz, mientras los doctores lo examinaban cuidadosamente. Al no encontrar respuestas a sus preguntas y dada la gravedad de sus heridas y la aparente indiferencia del niño; dijeron que era mudo.
Ahora “El Pato”, se encontraba entrando a un mundo totalmente desconocido, diferente a lo que antes había vivido, siempre de la mano de la señorita encargada de esa casa hogar, la cual le dio los primeros auxilios y lo llevó a un hospital. Ella laboraba en ese orfanatorio, en donde “El Pato” viviría por sabe Dios cuánto tiempo.
Pasaron los meses y el aspecto de “El Pato” había sufrido un cambio sorprendente, siempre puntual; mostraba su inteligencia sobradamente en las clases especiales que recibía y se perdía en su mundo personal; los niños se burlaban de él y le decían “LOCO”, pero a él no le importaba, no le molestaba pues peores insultos había escuchado antes.
Solamente, la pequeña “EMY” aquella niña débil extremadamente delgada, se sentaba junto a él; Llego a parecer hasta su misma sombra, le platicaba sin esperar respuesta, le contó como su mamá la abandonó en un parque y que un policía la llevó a esta casa hogar, le platicó de sus enfermedades que la mantenían siempre al borde del desmayo, sin poder llevar una vida normal como la de cualquier niña de su edad.
Se pasaban largas horas juntos, sintiendo la presencia el uno del otro, no necesitaban nada más, pues se entendían perfectamente.
Una mañana, la pequeña “EMY” no llegó a su cita en el jardín; por más que esperó y esperó, la niña no apareció; la busco por todo el orfanatorio especialmente en los lugares donde solían pasar el tiempo juntos, más no la encontró.
Al día siguiente, la señorita encargada les informó que la pequeña “EMY”, había sufrido un desmayo y que la niña se encontraba muy delicada de salud y se necesitaba una urgente transfusión de sangre; quería saber quién estaba dispuesto a donarla. Se hizo un silencio absoluto y nadie atinaba a decir nada.
Sólo se miraban unos a otros. !Yo le doy mi sangre¡ Se escuchó una voz titubeante; la sorpresa fue mayor al saber quién habló fue “El Pato” pues todos creían que era mudo.
La señorita encargada, emocionada hasta las lágrimas exclamo; Sí sabes hablar, ¿Por qué nunca hablabas?
…¿Para qué?… respondió “El Pato”.
Después de preparar a él niño, lo colocaron en una camilla
contigua a la de la pequeña “EMY”, mientras notaban que “El Pato”
se estremecía ligeramente.
La señorita encargada, le tomó cariñosamente su manita; entonces se percató que silenciosas lágrimas brotaban de aquellos ojos tristes que la miraban con temor y resignación.
…”Señorita, ¿está usted segura que con esto la pequeña “EMY” se va a poner bien? Preguntó… Mientras le clavaban la aguja para extraerle la sangre; la señorita encargada asintió y “El Pato” cerró los ojos.
Cuando los abrió, miró lentamente a su alrededor y preguntó con débil voz.
…¿Está bien la pequeña “EMY”?…
…¡“Muy bien!…respondieron los ahí presentes.
… ¿Y yo estoy vivo?…nuevamente preguntó.
Todos enmudecieron y con un nudo en la garganta se miraron entre sí, pues él niño en su inocencia creyó que al donar su sangre a la pequeña “EMY” él se iba a morir; Sin embargo, lo hizo.
¿PUEDE HABER UNA PRUEBA DE AMISTAD MÁS GRANDE QUE ESTA?